Por Carlos Franz
Para distraerme del sonido y la furia de nuestras recientes elecciones hojeo revistas viejas. Me tranquiliza leer sobre tantas pasiones políticas que hoy sólo perduran en periódicos amarillentos. En un número de Zig Zag, de mediados de 1906, leo acerca de un gran homenaje celebrado en la Casa de Orates de Santiago. En esa velada se despidió al Administrador de ese manicomio, don Pedro Montt. Este prohombre acababa de ser elegido para presidir la República de Chile.
Desgraciadamente, en lugar de consolarme esa noticia vieja me apena. Me parece una prueba más de cuánto hemos decaído. También a comienzos del siglo pasado nuestra nación había enloquecido. Nos desquiciaba una prosperidad desigual y un parlamentarismo delirante. Pero los chilenos de entonces conservaron una pizca de cordura: eligieron presidente a un político con experiencia en la administración de manicomios. ¡Nosotros, en cambio, pretendemos que esta casa de orates la dirija uno de sus propios locos!
Los chilenos convertimos nuestras recientes elecciones primarias presidenciales en un loquero. La tercera mayoría, con 900.000 votos, se la dimos a un candidato ausente que hizo campaña desde el extranjero, y que no vino ni para votar por sí mismo. Dejamos en cuarto lugar, con apenas un 12% de los votos, al candidato de la centroderecha, castigando el esfuerzo de renovación que hizo su sector. Relegamos a un humillante quinto puesto a la candidata de la izquierda moderada, representante de esa alianza que le dio a Chile casi treinta años de estabilidad democrática, reducción de la pobreza y disminución de la desigualdad.
Satisfechos tras haber despreciado a esos últimos candidatos que ofrecían un poco de equilibrio y estabilidad, los chilenos decidimos que pasaran a segunda vuelta los representantes de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Ni José Antonio Kast ni Gabriel Boric son locos, pero representan posturas descentradas, desequilibradas y por lo mismo insanas. Kast propone sacarnos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y minimiza la violencia de la dictadura militar. Boric ofrece “un modelo de desarrollo de color turquesa” (concepto verdoso ligado a la ideología del “decrecimiento económico”), quiere dejar en vilo nuestros tratados comerciales, mientras justifica la violencia vandálica que asoló Chile en los últimos años.
El delirio restaurador o la furia refundacional. Estas son las dos mangas de la camisa de fuerza que los chilenos nos pusimos al escoger que pasaran a segunda vuelta los candidatos de los extremos políticos. Una elección digna de un examen siquiátrico.
Es frecuente que los locos se crean de lo más normales. Especialmente, pueden creerlo si habitan en manicomios dirigidos por sus propios pacientes. Escoger esos líderes descentrados normaliza la sinrazón que se ha apoderado de nuestra sociedad. Cometimos la locura de farrearnos la oportunidad de ser un país desarrollado; izquierda y derecha tuvieron responsabilidad en ello. Perturbados por esta frustración ahora pateamos el tablero, tiramos del mantel, acentuamos los desequilibrios. A este paso, pronto podremos creer que nuestra estabilidad y progreso anteriores fueron meras alucinaciones. Y así nos dolerá menos haber transformado en espejismo lo que fue un sueño compartido.
Mejor vuelvo a mis revistas viejas. En su breve gobierno el presidente Pedro Montt padeció siete cambios de gabinete impuestos tanto por sus partidarios como por sus opositores. Quizás como consecuencia sufrió varios “ataques cerebrales”. Tuvo que viajar a Alemania para consultar neurólogos. Murió allá antes de terminar su mandato. En su última hora don Pedro debe haber lamentado la locura que cometió cuando dejó la administración del manicomio para asumir la Presidencia de nuestra República.
Me siento en medio del manicomio como un loco mas, pero cuando quiero salir no puedo, ya sea por el Covid, o porque donde vaya el loquerío es igual, o sea, solo cambio de manicomio aunque sea en un idioma diferente al mio. Como dijo Mafalda «paren el mundo que me quiero bajar».
Es el momento de escuchar balada para un loco y ponderse a trabajar en la campaña.
Quereme así, piantao, piantao, piantao
Abrite los amores que vamos a intentar
La mágica locura total de revivir
¡Vení, volá, vení! ¡trai-lai-la-larará!
¡Viva! ¡viva! ¡viva!
Loca el y loca yo
¡Locos! ¡locos! ¡locos!
¡Loca el y loca yo
Genial. Un mundo de países locos. Los pocos no gobernados por locos, como Suiza, son una lata.
A estas alturas preferiría latearme 🙂