Francisco José Covarrubias escribió recientemente una columna llamada “Chilentina”, uno de cuyos párrafos dice: “La tecnocracia ha muerto y es hora de `celebrar`”. De ahí el pasa a describir cómo Chile está evolucionando en dirección a Argentina, país que, bajo el peso del populismo peronista, la corrupción kirchnerista y el lastre de sus dictaduras, pasó en algunas décadas de tener el mismo ingreso per capita de USA, a un tercio de esa cifra. Dejó de tener Premios Nobel y una educación pública de primera, y tiene hoy el dudoso logro de un 42% de ciudadanos que viven bajo la línea de pobreza. Así como lo lee: 42%. En Chile es 11%.
Cuando algunos pudientes viajamos a comer bife a Puerto Madero y disfrutar del teatro, no vemos las villas miseria, convenientemente separadas del centro, salvo por uno que otro indigente tapado con diarios en la calle Florida. En la imagen, la Villa La Estrella en Buenos Aires.
¿Cómo estamos avanzando en esta dirección? La explicación no es un asunto de economistas, sino tal vez de escritores como Carlos Franz: “Ahora adaptamos el epíteto talibán para describir nuevas intolerancias. Estos fanatismos occidentales son menos violentos que los puritanismos afganos, pero son igual de intransigentes: la cultura de la cancelación, la censura practicada en nombre de la corrección política… también entre nosotros hay talibanes. También en Occidente se derriban estatuas en vez de debatirlas y se prohíben palabras en lugar de discutirlas. También acá hay estudiantes que leen un solo libro y desean imponerlo a los demás.” Se me vinieron a la cabeza La Lista del Pueblo y el General Baquedano.
Este deterioro comenzó en Chile antes del estallido, aunque este lo agravó. Una auto-cita de Tejado de Vidrio, 2015: “ ..enfrentaremos constantemente dos peligros: cacería de brujas; y populismo con demagogia. El primero es caer en la hipocresía del relativismo moral. Ver la paja en el ojo ajeno, no verla en el propio y condenar a todo el resto, sin mayores distinciones: “son todos unos corruptos”, “que se vayan todos”, “todos los empresarios son ladrones”, “el que lucra es inmoral”. La rabia está acumulada, es comprensible, pero así no vamos a llegar muy lejos”.
“El segundo peligro es que sucesivos gobiernos continúen en una senda ya peligrosamente iniciada, de adoptar políticas públicas de corte populista y demagógico a diestra y siniestra, con tal de conseguir votos y contener las rabias acumuladas. La tentación es enorme y los ejemplos que ya tenemos son diversos: soltar la billetera y regalar bonos a diestra y siniestra, desde las Bodas de Oro de Piñera, hasta ceder a las presiones de “la calle” y dar primera prioridad a la gratuidad en educación superior …” (agrego hoy… generando así vastos contingentes de universitarios frustrados por la mala calidad de sus estudios y los pobres empleos que tal vez consigan).
Hoy, una mayoría de los diputados y algunos senadores ha estado cerca de cometer la tropelía más grave del siglo XXI con el 4º Retiro, que no sólo sería un grave error de política pública, sino completamente regresivo. Están dispuestos a destruir las finanzas nacionales – y lo saben – por unos pocos votos más. Populismo de mierda, si me perdonan el francés.
Hemos vivido además una verdadera demolición institucional, basada en ejemplos ciertos de corrupción o fraude que incluyen a Carabineros, las FFAA, la PDI, parlamentarios previamente condenados compitiendo por nuevas prebendas, jueces, cientos de alcaldes y notarios corruptos, fraudes digitales, fraudes bancarios, delitos de colusión, etc. ¿A quién creerle? La anhelada Convención Constitucional, según me cuentan algunos insiders, se ha convertido en un festival de egos, prepotencias y talibanismo, de la cual es dudoso que vaya a resultar algo valioso. Daniel Matamala lo ha descrito.
Vamos en camino hacia Chilentina. No Chilezuela, un experimento seudo marxista rasca. Chilentina es bastante mejor. A diferencia de Venezuela, seguiremos teniendo buenos (pero decrecientes) indicadores en eficiencia del gobierno, y en diversos indicadores del PNUD y la OCDE que hasta a los talibanes les costará trabajo destruir, al menos en décadas. El Estado venezolano era mucho más frágil que el chileno, como punto de partida del deterioro.
Nosotros estamos transitando de un neoliberalismo rasca y desigual, a un populismo que será así de rasca y desigual. Entremedio tuvimos un interregno de 30 años de altísimo crecimiento y disminución de la pobreza, pero hoy vilipendiado por talibanes y jóvenes ignorantes e incluso por algunos políticos de centro izquierda que hoy reniegan de su pasado social demócrata, no vaya a ser cosa que los talibanes les corten la cabeza.
Subyace a este análisis una pregunta. ¿Porqué, si los argentinos tienen 40% de pobres, y menos ingreso per capita, ellos no estallaron y Chile sí? Una posible explicación es que el peronismo, el sindicalismo y el nacionalismo extremo de los sectores populares, se piense bien o mal de ellos, son cuerpos intermedios que canalizan el inconformismo de modo más orgánico que nuestros refundadores y neoanarquistas chilensis.
Además, con una gran falta de seriedad macroeconómica, con grandes corruptelas, habiendo engañado a los inversionistas internacionales varias veces, y con un “corralito” que se llevó las pensiones de todo el mundo, se las han arreglado para dar altos niveles de gratuidad en salud y educación a todo nivel. Hay más “válvulas de escape” en Argentina que en Chile.
Las causas del deterioro
Hasta aquí la descripción. Pero falta la explicación. Si me perdonan la expresión (advertí que escribo con rabia): ¿por qué carajos nos estamos deteriorando? Hubo una época, del 90 al 2005, en que pretendíamos ser los inglesitos de América Latina, y el mundo nos veía así. Las cifras lo avalaban, no solo las económicas. La inequidad disminuía, más lentamente de lo ideal, pero disminuía. Pasamos a tener los mejores indicadores económicos, educativos y de salud de la región. ¿Que pasó? Transitamos desde ahí al deterioro populista y al estallido social en un período brevísimo en escala histórica, algo más de una década. ¿Qué onda?
Las deficiencias educativas no me convencen como hipótesis. Es verdad que el 50% de los ciudadanos hoy no entiende lo que lee ni lo que escucha, pero antes era el 60%, y aun así este deterioro no ocurrió. Mantener un bajo nivel educativo en la ciudadanía ha sido, en cualquier caso, parte crucial de este entuerto, por acción u omisión, de manera explícita o implícita. Si hasta Andrés Bello y monseñor Mariano Casanueva, fundadores de la U y la PUC, afirmaban sin empacho que las escuelas para pobres no debían mezclarse con las de profesionales, y por cierto que en toda América Latina. Si no cree, las citas existen
Por mucho que el discurso derechista haya persistido hasta hace muy poco en su irresponsable ceguera socioeconómica, la inequidad tampoco sirve como explicación. Ambas deficiencias sirven bien como acompañamiento del plato principal, y como uno de los detonantes del estallido social. Pero sigue faltando el factor principal del generalizado deterioro actual.
Intentemos entonces algunas hipótesis, comenzando con una definición de Greene: “La moralidad es un conjunto de adaptaciones sicológicas que le permiten, a individuos que serían naturalmente egoístas, obtener los beneficios de la cooperación. Su esencia es el altruismo, la disposición a pagar un costo personal para beneficiar a otros… por ejemplo pagando los impuestos, no estafando, no ensuciando la vía pública, cumpliendo los compromisos tácitos o explícitos con el Estado u otras personas, no dañando al país con políticas populistas. Eso es lo que está desapareciendo a ritmo acelerado.
Este autor explica cómo en nuestro cerebro coexisten el “Yo”, el “Nosotros” y el “Ellos”. Su convincente conclusión es que el altruismo, entendido como la cooperación con “Nosotros”, el grupo cercano y afín, es un rasgo evolucionario. Pero la evolución también condujo en forma natural a la no-cooperación, mas bien a la agresión, respecto a “Ellos”, a “los otros”. Ejemplos hay en el Antiguo Testamento. En tiempos modernos, Hitler o ISIS dan cuenta de lo mismo: la compulsión a matar a “los otros”. El tribalismo está grabado con fuego en nuestro DNA. Rojas Vade podrá haber estafado a todo Chile, pero si es “de los nuestros”, se le defiende.
En Chile, y aquí hay una hipótesis central, nos estamos aglutinando en grupúsculos cada vez más pequeños, por ausencia de liderazgos políticos significativos, capaces de conformar una visión de futuro atractiva y convocante para la mayoría de los ciudadanos. Tal vez no sea toda la explicación, pero es claro que las fricciones entre cientos de grupúsculos definidos por micro-ideologías, segmentos de ingreso, género, actividad, fracción partidaria, o lo que sea que defina a estos grupúsculos, toma posesión del escenario y demuele la posibilidad de construcción de escenarios colectivos positivos.
Como ha planteado José Inostroza, “ahora todo está crecientemente dominado por los algoritmos de las redes sociales, que entre otras cosas hacen que las personas sólo se encuentren entre los mismos (en grupúsculos) para potenciar interacciones”. Pasa en todo el mundo, al punto que el triunfo de Trump en USA en su primer período, o del absurdo Brexit en UK, fueron en su momento un “logro” de Facebook. Las confianzas inter-personales e inter-grupales desaparecen así progresivamente, como lo demuestran diversas encuestas. Con ello, la anomia, es decir la ausencia de reglas de buena conducta comúnmente admitidas, implícita o explícitamente, crece y crece, da pie a todo tipo de actitudes malsanas en estos grupúsculos, autorizando a todos los “nosotros” a despreciar, engañar o insultar a los “ellos”.
El deterioro de los liderazgos políticos chilenos proviene en buena medida de que, a partir de la reforma constitucional del 2005, entramos en períodos presidenciales de 4 años sin reelección, y para peor con elecciones municipales al medio. Se acabó la épica de la recuperación de la democracia y se generó el vértigo político en el Ejecutivo, el Congreso, los partidos y los municipios, la pulsión urgente de actuar con visión de corto plazo para asegurar la reelección propia o de su coalición, importando cada vez menos la solidez de las propuestas y cediendo a las (a veces imaginarias) presiones de “la calle” antes que cualquier cosa. Ojalá los constituyentes, incluso los talibanes, se tomen en serio el diseño de un más sensato régimen de gobierno, el principal contenido de cualquier Constitución. Ojalá los múltiples caciques de fracciones partidarias y del Congreso tengan la decencia de elevar la mirada, aunque sea un poquito. (Sigo enrabiado).
En este gran “deterioro + crispación” también ha existido un complemento de “maltrato económico de las elites”. Como explica Kathya Araujo, “la modernización chilena se consiguió a costa de situaciones laborales precarias y con altos grados de endeudamiento”, sea este con el CAE, los bancos, o las casas comerciales. El consumismo banal es intenso, pero no es tanto una “frivolidad de las masas” sino por su necesidad psicológica de autoafirmar su imagen en esta sociedad hiper-competitiva. Si no logro buena pega, al menos me compro un buen plasma con el retiro del primer o segundo 10% y se lo presumo a los vecinos.
Me temo que, de haber salvación, ella está en manos de la misma clase política y de la misma elite económica que nos ha estado destruyendo, y abordando inadecuadamente el problema de la inequidad. No son todos los políticos, ni todos los empresarios, pero en suma y salvo algún milagro, nos estamos yendo a la B, es decir, a una copia mediocre de Argentina, con todos sus pecados de populismo y corrupción a nivel masivo, pero peor vestidos, con peor lenguaje y cultura, sin Papas ni Premios Nobel… y de fútbol ni hablar.
Una advertencia positiva para aquellos que ya están pensando en comprar pasajes de ida sin retorno. Salvo guerras civiles, los países no se hunden, suelen flotar a pesar de populistas y talibanes. Este futuro no es tan despreciable. Seguiremos observando tristes espectáculos en el parlamento, el gobierno y la convención constitucional, pero mientras los índices de pobreza no se deterioren a nivel mucho más severo, lo cual requeriría bastante más de una década de esfuerzos sistemáticos con políticas y actitudes empresariales estúpidas, podremos mayoritariamente pasarlo regularmente bien, salvo aquellos que crecientemente estarán viviendo en campamentos, nuestras propias villas miseria de chilenos e inmigrantes. Nunca me imaginé haciendo una predicción tan cínica 🙁