Crónica de un linfocito

Me presento al lector. Soy un linfocito. Si a usted alguna vez le han hecho un examen rutinario de sangre, habrá leído de refilón sobre linfocitos y leucocitos. Si usted lee la Wikipedia (gran invento de ustedes, nuestros anfitriones) verá que los leucocitos son parte del sistema inmunitario de sus cuerpos y ayudan a combatir infecciones y otras enfermedades. Además, aclaran prolijamente que hay tres tipos de leucocitos: granulocitos, monocitos y linfocitos.

Esto de que terminemos en “citos” supongo será porque somos chiquitos. Debieran habernos llamado leucos, gránulos, monos y linfos, ¿no cree usted? Al “chiquitearnos” como que nos desprecian, y no se dan cuenta de las veces que les hemos salvado la vida, desde cuando se rasguñaron con un alambre, hasta que se infectaron con el COVID. Además, cuando nos encabronamos, podemos incluso llegar a matar, por ejemplo con el linfoma, cuando nos dedicamos a reproducirnos en una suerte de orgía desenfrenada. Así que… mucho cuidadito y más respeto por favor.

Como dije, cuando los linfos nos enojamos, comenzamos a reproducirnos y nos tomamos por asalto los ganglios del cuerpo, y podemos dejarlo a usted… en el suelo… en el suelo del camposanto, jaja.  Mucho cuidado, no se atreva ni siquiera a dejar de leer este diario porque, ya sabe, me encabrono y….

Ahora toca que me presente en más detalle, para que usted me conozca mejor. Soy un linfo tipo B-CD20, y tengo un defecto genético 😩. Me reproduzco con copias de mi mismo de manera demasiado acelerada, anormalmente acelerada, y por eso me convierto en uno o más tumores o «linfomas».

Por estos días, ando instalado en el cuerpo de un caballero ya mayor, de 73, que vive en Santiago de Chile, y al pobre, jaja, ya le tengo la nariz como frutilla. Le digo Mr. W., por cariño. Aunque sé que libraré contra él una lucha a muerte, o él o yo, eso no quita que uno tenga su corazoncito y que le agarre cariño a sus enemigos, ¿no?

Claro que la semana pasada un doctor (así les dicen a los humanos que dizque saben como combatirnos) le voló al tal Mr. W. un pedacito de la frutilla, para analizarla, y con ese miserable ataque hube de despedirme de muchos de mis vástagos, que hoy están instalados los pobres en placas de microscopio, con formalina, porque quieren saber quiénes somos, qué tan mal nos portamos con nuestros huéspedes, y cómo planear la batalla. Claro que esos señores muchas veces se rascan la cabeza y se confunden con nosotros porque ya se han dado cuenta que venimos al mundo en nada menos que 400 variedades diferentes. Para confundir, es como uniformes de camuflaje.

Por cierto, a Mr. W. ya lo tengo chato con el asunto. Según lo leo en la historia que tiene cristalinamente escrita en su ADN, esta es la tercera vez que estamos llegando a joderle la vida y asustarlo jaja. Una vez hace 19 años y otra hace 11. Las veces pasadas, mis primos hermanos fueron derrotados en toda la ley, no quedó casi, casi, casi ninguno, y les tomó casi una década reponerse de los ataques de artillería de mi anfitrión. Ahora, veremos quién gana, pues.

La primera vez, como el campamento estaba localizado únicamente en su cuero cabelludo (ojo, como Mr. W. es medio pelado, debiera llamarse cuero no-cabelludo pero en fin) nos atacaron con una técnica llamada “radioterapia”, que en realidad es como en la Guerra de las Galaxias, un bombardeo con electrones de alta energía, pero muy direccionado, que nos deja en la lona. Como estamos medio fallados, nos morimos antes que los linfocitos normales, y que todo el resto de las células. Fue un asalto tras otro, cada dos días por 20 días, hasta que los últimos estiraron las chalas, salvo uno que otro, que se fue a refugiar en la médula de sus huesos, para esperar otros diez añitos hasta una nueva oportunidad. Somos unos hijos de puta, jaja, por puro joder lo hacemos. Por cierto, al Mr. W. le quedo la pelada roja como ampolleta y todos le preguntaban a qué playa había ido.

La segunda vez, nuestro ataque fue harto más violento. No lo digo por presumir, sino que es la pura verdad. En menos de una semana, volvimos a crecer en el cuero no cabelludo de Mr. W., pero esta vez fue una impresionante pelotita del tamaño de medio huevo duro, y color ciruela roja, brillante. Y fue hermoso. No contentos con eso, nos tomamos un ganglio de su labio superior, que quedó del porte de una guinda, con lo cual mandamos una señal muy clara al enemigo: ni traten siquiera con sus radioterapias de pacotilla, porque ya no saben por dónde más andamos. ¿O acaso pretendían irradiarle todo el cuerpo al pobre Mr. W.?

Pero, ¡chan! No contábamos con los pinches argentinos. Aunque usted no lo crea, tienen un par de Premios Nobel de Medicina. Uno de ellos, un tal Milstein, descubrió cómo producir en masa a nuestros peores enemigos: los anticuerpos monoclonales. Por este trabajo, obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1984. Nada menos. A pesar de que lo hubiera hecho enormemente rico, Milstein no registró ninguna patente por su descubrimiento, ya que pensaba que era propiedad intelectual del mundo y como tal lo legó. Fíjese usted no más.

Claro que las compañías que lo desarrollaron comercialmente no son tan generosas. Cada inyección de una solución con esos anticuerpos sale dos palitos $MM fíjese no más, y al Mr. W. le pusieron unas 18. Le estoy saliendo carito jaja, aunque parece que su Isapre, que no cacho mucho que significa pero que todos odian, le tenía un seguro catastrófico por 4 lucas mensuales, que le vino extra bien. Eso también lo leí en su ADN. Como él me cae bien me da gusto eso, po. Lo quiero fresquecito para el nuevo combate.

No les contaré los complejos detalles para no ponerme nervioso yo mismo, pero el hecho es que con este invento cruel (cruel para nosotros, of course), los pinches humanos pueden producir anticuerpos que reconocen únicamente a los linfocitos B malignos como yo, y son todos idénticos entre ellos, se nos pegotean en nuestros hermosos cuerpos, y nos matan de una. Donde nos pillen, aunque nos hubiéramos escondido en una uña. Como nada es tan fácil en la vida, no cacho bien porqué, para el tal Mr. W. los cocteles de  monoclonales tuvieron que venir acompañados con cuatro quimios de a de veras, que lo dejaron botado como por un mes. Esas quimios también matan a todas las células adictas al sexo, que solemos ser más debiluchas que las normales. (En esto hay una moraleja pero no sé cuál)

Todo esto, para contarles que en nuestra segunda batalla contra Mr. W., nos sacó la mugre, y no fue ni hermoso ni épico, sino que humillante. Como perder 6-0 y 6-0 en el tenis. A la primera inyección de los monoclonales, el hermoso huevito rojo que habíamos construido con tanto cariño quedó demolido en 24 horas. Primer set. A la segunda inyección, la primorosa guindita en el labio superior se hizo polvo. 6-0 y 6-0. Pinches argentinos. Como nuestros antecesores salieron arrancando para todos lados, les pasaron otras 16 inyecciones más, hasta la derrota total.

Quedamos muy bien guardados y escondidos adentro de la médula de un par de huesos de Mr. W. hasta que, 10 años más tarde, reaparecimos en gloria y majestad, para librar la tercera batalla. Ya veremos cómo nos va. Este corresponsal de guerra los mantendrá informados. Hasta la victoria o muerte. Continuará.